David Alonso De la Cruz

jueves, 11 de agosto de 2011

Carbamazepina de 200mg, lleve Hoy caserita!!



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- “Carbamazepina dánoslo hoy cada día” -


- “Carbamazepina dánoslo hoy cada día” -

Esa tarde del arribo a partir de los seis días restantes, siempre que solíamos salir los cuatro en plan de marcha hacia las afueras del centro, ya en el trayecto el pilluelo este nos vociferaba alzando con una mano la botella de coñac y con el otro el pucho, lo que conllevaba a que nos dividiéramos, los nórdicos mochileros rumbos a la central del metro, quedándome con el moro regordete; y el “guía” supuesto voluntario que acepté porque deduje que era peruano a pesar de la pinta de gallego que tenía a su edad madura. Nos dijo, para empezar el dialogo; que la maldita leche, que él tenía la visión que otros no poseían, desde que el mundo aceptará a un Jesús sin amor, aunque vuestra Iglesia patriarcal haya degradado a María de Magdala hasta convertirla en una puta, si eso en una puta, coño. Y tan igual que a San Francisco rechazó a Santa Clara a quien sin lugar a duda amaba ardientemente, porque sabía que sólo uno puede reinar con amor puro, absolutamente puro y ese era Jesús, un judío, el primero realmente socialista de las clases minoritarias y a la que los judíos mandaron a matar en manos de unos lacayos romanos, joder coño, maldita la leche que los pario. Haciendo gala de su ateísmo concienzudo. Y así vociferando por las calles en unos vaivenes notoriamente escandalosos, y bipolar delante de las jóvenes parejas que paseaban a orillas de ese rio cerca al estadio del real Madrid, donde también cercano quedaban los dormitorios dúplex que arrendaban unos míseros pichicateros unos cuartos que apenas se les comparaba a mazmorras con camas pulguientas del siglo XII.
Ni tampoco entendió ni yo ni mi amigo a quien quería con los cojones que se tiene más que a un hermano de sangre, el por qué teníamos que acompañarlo a sentarnos en la tumba de un tal Maratin, en un panteón y ¿qué coño hacíamos allí tan tarde pasada la media noche?, mirándolo como se prendía un pitillo de hachís, o de lo que sea… marihuana inca, que comentaban los turcos eran de las mejores para stonearse un fin de marcha. – Sanctus, sanctus, sanctus, ¡Dominus deus Sabaoth! - expectoraba en un perfecto latín también aquél voluntario guía “turístico”. Sentado sobre la tumba de sabe Dios quien fuera Maratin.
El río estaba a pocos metros a un puente que lo cruzaba cerca al jardín del parque de san Isidro, pero ni mi amigo ni yo entendíamos porque un peruano que hablaba con acento español, tan natural, no hablara como peruano, sino como uno más de por ahí, lo supimos luego, cuando sobrio seguía hablando como español, debido a que estaba indocumentado y vivía de eso, no sólo de consumir hachís, sino vender pastillas a los quinceañeros en las entradas de las discos, es que allí los chavales andaban tan desarrollados que parecían jóvenes de 21 años, la mayoría de edad en la madre patria, y mi amigo Constancio, moro de nacimiento pero cuya barriga y barba le semejaba a un sultán de esas épocas de las cruzadas, al mando de Al-Nāsir Salāh ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb ( صلاح الدين يوسف الأيوبي, que quiere decir Yusuf, hijo de Ayyub), más conocido en occidente como Saladino.
En fin, el tío de marras, resultó ser un limeño nacido durante la revolución de Juan Velasco Alvarado cuyo padre abogado de profesión fue perseguido por la dictadura militar, este ayudó a su hijo a que cruzara la frontera en Ecuador hasta Guayaquil y de allí rumbo a Madrid a sus 18 años de edad, su padre cayó preso poco después de verlo partir y allí en las oscuras cárceles del penal de la Isla de San Lorenzo, murió ajusticiado por que su único deleito fue amar la libertad de expresión. Y así fue como Crespín Anampa Castillo llegó a Madrid, y sin ayuda de nadie, ilegal por más de 23 años, actualmente en su edad avanzada seguía probando la sal dura de la vida. Crespín nos acogió durante esos siete días, que estuvimos como turistas que acabamos de llegar desde Oslo, Noruega, donde laborábamos como editores de una revista subvencionada por el Gobierno real de Noruega, para la comuna latina que residía en la ciudad de Oslo. Y en nuestras vacaciones de verano siempre los cinco integrantes de la oficina solíamos escoger lugares turísticos de Europa para viajar en esos quince días, pero ese año (1989) el mismo año que en Suecia (meses más tarde) el Dalai Lama líder religioso y político tibetano fuera galardonado con el premio nobel de la Paz y el líder islamista Ayatolá Jomeini ofrecía una recompensa de tres millones de dólares a quien asesine al escritor angloindio Salman Rushdie por entender que su novela “Los versos Satánicos” ofenden al Islam. Y no había nada en ello, porque justo uno de nuestros acompañantes de viaje; SVEN AKE Alfhors, se le ocurrió justo llevar ese libro y pasó en manos de todos, que lo leímos ávidamente, en el avión, aunque el vuelo durara escasa horas hasta el aeropuerto de Barajas en Madrid.
Siempre tuve la idea de que el “perucho”, como les decía aquí a los peruanos, la pinta que tenía más de un pueblerino de Extremadura o sacado de una pequeña ciudad de Valencia con esa barba tan espesa y los pelos ensortijados sobre esa piel blanca que exuberante el majo enseñaba el pecho, con sus camisas bien abiertas debido al infernal calor del verano que había incluso a media noche, lo llevaba de suerte, porque a decir verdad no parecía ser peruano y menos nacido en Magdalena de madre trujillana. Y cuando lo veía al lado de mi amigo rechoncho Constancio, más parecía este venido de aquellos suburbios marginales de Ate Vitarte o San Juan de Lurigancho, por su piel cetrina y casi imaginablemente arenosa lo hacía más digno ciudadano peruano de Nebraska-Perú. Amante de las salchichas y los gazpachos y la paellas, no dejaba nada ni un arroz, y de bebidas se trataba acababa con tomarlas todas, haciendo que su amistad breve acrecentará con las de Crespín Anampa Castillo, ciudadano del mundo, Cosmopolitan, sin documentación alguna y viviendo de aquí para allá y para Alá, con una reducción de la asistencia social mínima para decir abiertamente que se conocía todo Madrid que era enorme, pero sin un pedacito de mar, ni de aguas que formen olas espumosas, lo que desesperaba de Madrid. Y la camiseta deportiva del Real Madrid asquerosamente desteñida, ventiunica que llevó puesto los siete días que solíamos encontrarnos con él en las entradas laterales del parque San Isidro a un costado del panteón, y me preguntaba porque no podíamos encontrarnos al otro lado del puente en el parque más grande conocido como Jardines, parque del retiro, que era mucho más grande y menos notorio como para que dos individuos se stonearan tan temprano, ya que su carbamazepina, y los cristales que se tomaba ambos los transportada ipso facto al vahalla y los reinos del shamballa, y les daba con eso la “lora” y no dejaban de hablar de platón y hasta de los quinta esencias de los druidas celtas…. Y yo hubiera ido preferir irme con mi amigo Sven Ake y el otro compañero sueco que nos acompañaba para alojarme en un hotel modesto en la calle santa Amalia, mejor dicho era una casita pensión de una par de viejecita de un convento que para ayudarse daban pensión a turistas solamente por unos cuantos pesos; 360 para ser exactos. Y no era que por amarrete, sino por ahorrarlos prefería tenerlos bien guardaditos en el dobles del pañuelo como siempre, porque en la billetera ni dos pesos llevaba por si las moscas, me habían advertido que si me iba a España tuviera mucho cuidado con los hurtos y ya que habían tantos ecuatorianos viviendo en la capital, los asaltos a los turistas era el pan de cada día, así que la billetera la tenía limpia, y el pañuelo lo habitual de siempre, mi dinero bajo buena protección, “bajo alforjas” como dirían los templarios de castilla” hace siglos.
¡In hoc signo Vinces!, gritaba el peruano, ¡In hoc signo Vinces! Vociferaba, mientras se querían arrancar el pelo en pecho que lo tenía en abundancia o se tocaba el cabello que también espeso lo tenía en abundancia pese a sus más de cuarenta años; y otra vez ¡In hoc signo Vinces! Con un acento bien castellano, expectoraba, y mientras veía a mi compañero moro, tirado en el suelo cagándose de la risa, con la botella vacía ya, a tan tempranos horas de la mañana, les juro que quería largarme a buscar a mis otros dos compañeros que deberían seguro estar ya desayunado tocinos revueltos con huevo en esa pensión de la caridad, los añoré, pero era porque temía que vendría la policía al llamado de algún escandalizado madrileño, pero fue cuando me di cuenta que allí cualquier cosa extraña que sucediera, le era ajena o simplemente les importaba un coño. No era como en Noruega, no allí uno se tira un pedo y en seguida aparecen tres unidades policiacas a ponerte una multa y sanción por agravios y ofensas al ciudadano súbdito de la corona.- ¡In hoc signo Vinces! - gritaba una y otra vez Crespín Anampa Castillo y juro que yo quería tomar el metro, un bus, o ya pues aunque sea un taxi que me llevara al retiro y esconderme allí entre los bosques, porque estos dos tíos me estaba trayendo la mala leche con sus drogas y anfetaminas que tomaba de desayuno, almuerzo, lonche y como postrecito veraniego, lo que no aguantaba es que el indocumentado e ilegal peruano que por más de 23 años había vivido así todo por su pinta de joven mancebo andaluz, le hacía pasar piola delante de la policía de inmigraciones. Y una “lucidez” producto de las drogas, le hacían mecanizadamente ó automáticamente comportarse como todo un caballero madrileño. Volvía a ser el feliz arlequín que alegraba la vida de los otros de manera espontánea. Nunca supe eso que quería decir cuando expectoraba su.- ¡In hoc signo Vinces! - arrancándose los cabellos y los pelos del pecho, cada vez que fumado me miraba solamente a mí, hasta que muchos años más adelante, el día que una novia que tuve de Cracovia de ascendencia peruana, es decir padre peruano cajamarquino, me lo aclaro. Esa noche cuando le conté doce años más tarde esa anécdota de mi viaje a Madrid. – Y todo eso ocurrió así Cielo. Le dije mirándola a sus bellos ojos pardos. Cielo, así se llama ella; con un susurro al que me tenía acostumbrada debido a su sensualidad tan femenina que poseía, me arrulló en la cama diciéndome que.- ¡In hoc signo Vinces! - significa: “BAJO EL PODER DE ESTE SIGNO VENCERAS”.
Y tomó significado y valor todo aquello, porque a las dos horas de haber salido del inmenso Aeropuerto, creía que todo eso era Madrid y solo estábamos recién saliendo del aeropuerto, habían unas gitanas que ofrecían de todo a los turistas, y una de ellas solo por su hermoso cabello azabache, me dejó turbado y le compre por 45 pesos un símbolo gráfico de Dios, es decir un ojo dentro de un triángulo, que decía la gitana era la representación iconográfica del numero tres. El símbolo emblemático no solo de masonería actualmente, sino de los cataros, de los antiguos druidas celtas….Y yo más que por la historia fuera cierta, abobado por la belleza de su cabellera abundante y sus bellos ojos negros, no dejé que me diera el vuelto del billete de 50 pesos que le di, a cambio que fuera ella misma la que me lo colocara sobre mi cuello.
Y seguro, ahora que lo recuerdo, el bendito perucho, perdón peruano ilegal, al verme ese símbolo, en su insano juicio de orate producto de 43 años de vida viviendo con anfetaminas, carbamazepina, cristales de éxtasis, con los que consumía y vendía a los colegios; pudo deslumbrar algo tan igual, como lo que me comento Cielo después de hacerme el amor como una diosa de la isla de Avallon. – “Que el que se cae y se levanta no ha perdido” – y con ese bello mohín tan coqueto que le deslumbraban los pómulos de ambos hoyuelos que se le formaban en su rostro siempre sonrosado y que adquirían un color fucsia cuando terminaba de correrse múltiples veces, al termino de hacerle el amor, fue cuando evoque con nostalgia a mis amigos, aquellos amigos noruegos, y el panza de orangután moro Constancio, a quien todo el mundo en esos inolvidables 7 días en Madrid, lo confundía con peruano estando al lado del perucho drogadicto.
¿Dónde estarán ahora? ¿Qué estarán haciendo ahora? ¿Qué será de la vida de ese drogo perucho? Que odiaba y amaba a los judíos. Y Recordé a Jorge Luis Borges afirmando en su libro de los seres imaginarios “El dragón es capaz de asumir muchas formas, pero todas son inescrutables”. Y vaya que tuvo razón, porque quien sabe que a lo mejor en ese viaje inesperado de carbamazepina, éxtasis y cristales de cocaína, me tope con un dragón que asustado por el símbolo mágico que llevaba colgado en mi pecho, vociferaba amedrentado el ¡In hoc signo Vinces!.
Cerré mis ojos con toda mi fuerza y sólo quise visualizarnos a los tres otra vez juntos caminando abrazados borrachos, completamente ebrios como una cuba, y zigzagueando por esa calles tranquilas, estrechas de Madrid, cantando canciones como si nos conociéramos de toda una vida” Pero, que lamentablemente, el destino no pudo abrigarlas ni compartirlas entre los tres.
Así que abrí mis ojos, al contemplar a mi Diosa cracoviana de ascendencia cajamarquina, desnuda a mi lado, me provoco elevarla nuevamente por cuarta vez esa madrugada al séptimo cielo. Y Cielo Sophie, sin más que decir, con su eterna piel marfil, siempre sonrosada y con los hoyuelos sonrosados, abrió aquel durazno fresco, primaveral y lo dispuso ante su caballero templario que con hidalguía beso primero apasionadamente en nombre de sus dos compañeros que lejos en rumbos habitaban otros mundos quizá paralelos.

WRITTEN BY: David Alonso De la Cruz.

*Para los que quieran contactarme y escribirme, pueden hacerlo en: delacruzmarin@gmail.com

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