David Alonso De la Cruz

domingo, 21 de agosto de 2016

La nostalgia del perdedor





ADENDA:

Vivía aterrado. No era para menos, en una urbe intransitable fomentada por peatones y conductores, ¿qué podía esperar? Con una justicia caótica, donde solo 203 choferes estaban en la cárcel y las cifras de muertos en accidentes de tránsito se incrementaba a más de 23 mil muertos en todo el país. ¿Qué se podía espera?, si solo en Lima, una cifra de 3000 conductores ebrios provocan los accidentes cada noche. Donde las marchas de protestas por las plazas y avenidas congestionaban más la saturadas arterias y calles de Lima, marchas que si eran pro movimiento gay, eran contra manifestaciones a favor de la mujer maltratada, en una sociedad mísera que más le importaba la unión civil a favor de la comunidad gay, que la seguridad y protección de tantos animales callejeros, y maltratados por gente inhumana, criminal, bastarda, insensible, carente de amor hacia esos indefensos animalitos domésticos; que no tienen la culpa de haber sido abandonados por sus dueños en la mayoría de los casos. En una sociedad perniciosa, que faculta a los médicos hacer lo que les viene en gana en los hospitales del seguro social peruano. Como los casos emblemáticos de las jóvenes que entraron por una infección renal y salieron amputadas de brazos y piernas. Una mediática fue más conocida que las otras dos, solo porque estas últimas no eran agraciadas físicamente, ni tenía el cabello teñido de rubio ni con rostro angelical, no lo eran, porque simplemente no vendían “imagen” no se les dio cobertura en todos los medios televisivos, de radio y prensa, porque así somos los peruanos de huachafos e irreverentes, hipócritas y finamente cácesenos. Después de todo fue muy afortunada la chica de Amazonas que se vino a Lima a estudiar y superarse, creyendo que Lima era la ciudad para lograr sus proyectos, Shirley Meléndez; hasta el presidente recién electo salió abogar por ti, y te darán lo que pides, bueno si ganas la demanda que estas presentando con tu abogado por tres millones de soles; no tuviste la culpa de ir a un hospital de mierda, donde unos médicos de mierda no supieron tratarte, ni las auxiliares de enfermería, otras mierdas más inhumanas, que solo laboran por ganar el poco dinero de sueldos que el Estado les otorga a estas servidoras sociales del Perú, en una ciudad tan mierda y vacía… no tuviste la culpa Shirley Meléndez de venir a vivir a Lima, Lima una urbe tan mierda como los que vivían en ella. No era el Perú, no, no a Perú lo jodieron los que vivían en Lima. Porque ni limeños había en Lima, los limeños de a bien, vivian lejos del Perú, en Miami, en Key Biscaine, ahí estaban los limeños de bien. Porque Perú se jodió cuando Lima se llenó de gente mediocre, timorata, inhumana hasta el tuétano.      
Fue así que estuvo él, pensativo, dejando pasar el tiempo, abandonado a la vorágine de lo inalcanzable, en un país donde suelen perder los mejores y ganar los peores, en un país tan plagado de gente bárbara, de gente mediocre, que se alucinan el non plus ultra, donde los pusilánimes solo creen triunfar a punta de sobonerías y actitudes de fantoches, estaba taciturno, observando desde malecón… mientras las páginas del libro de Vladimir Nabokov, sobre el muro del acantilado se agitaban al viento. Quizás nostálgico pensando en porqué tuve que regresarse de Noruega. De eso ya más de diecisiete años, y se lamentaba aún como si fuera ayer. La perspicacia supina que lo llevó a tomar una nueva dirección del destino, de aquel destino aciago que confabulaba contra la felicidad adversa. Solo buscaba el punto de convergencia para saber porque este país de mierdas se había ido a la mierda, así de simple, taciturno llenaba su mente con imágenes sacadas de ciudades fantasmagóricas incoherentes de espacio y tiempo, las llenaba y se recreaba en traerla a su memoria, mientras sus ojos pardos achinados admiraban el ocaso de un día despejado en ese acostumbrado y monótono cielo panza de burro que tiene Lima. La ciudad enmarañadas en ruinas maliciosamente, desconfiada, bulliciosa, en una ciudad donde simplemente los que más sobran se quedan sin bailar en esa suerte que es la de vivir un día más como autómata en modo “automático”.
Hacía ya más de diecisiete años, desde que su único amigo de la infancia, le dijo dos días antes que tomara la decisión de regresarse al Perú, todo por el cariño infinito que le tenía a su tía mayor que en estado avanzado y postrada en su lecho de dolor por un cáncer mal curado en un maldito hospital del seguro social peruano, tenía que regresar cuanto antes, para verla siquiera y estar a su lado. Pero su amigo de la infancia, de toda la niñez, de la palomillada del barrio no entendía, no entendía como tampoco comprendió Marco Aurelio Gregorio que su cholo querido tenía que “darse de baja” –cómo así lo tildaba él – Darse de “baja”, el hecho de dejar una ciudad Cosmopolitan, de primer orden… la ciudad del bienestar, para irse a la inmundicia de mierda que era Lima. El cholo solo tenía la cabeza llena de ofuscaciones, dolores, tristezas familiares, esa típica perspicacia supina que siempre le atormentaba el pensamiento de siempre, lacerando sus incertidumbres, por lo que dos días antes de subirse al avión, un 5 de junio le dijo a Marco Aurelio Gregorio, parafraseando a un famoso showman de la televisión peruana allá por la década de los ochenta… - “ Un comercial y regreso, hermano” – Y ese comercial le duro tanto como duran los comerciales de los canales de señal abierta, en especial de ese canal del judío de pacotilla…. Porque solo eso, pasa hasta en la televisión peruana, el abuso y abuso de sus televidentes sin que nadie pueda velar por sus derechos a no aburrirse con comerciales de colchones, marca el “Infierno”.
En fin, aquella tarde primaveral, si es que Oslo tenía primavera, un cinco de junio, decidió irse al Perú, y se lo comunicó a su único amigo de toda la vida, Marco Aurelio Gregorio cargando a su hija heredera Cassandra, por aquel entonces de seis meses de nacida, permitió que la cargara en pañales para contemplarla por última vez…. Se guardó las lágrimas para cuando subiera al avión de air scandinavia, que lo llevara de regreso a su tierra, a su tierra que había dejado poco tiempo antes, solo por el puro sabor de largarse del Perú y porque su amigo de la niñez, Marco Aurelio Gregorio le invitó diciéndole una noche en Magdalena saliendo de comer del “Epicentro”, anticuchos con chochoncholies, le dijo.. cholo para ti solito, no le digas a nadie… tú solo vente a Noruega a vivir a mi casa. Por un tiempo, y ya verás que rápido te independizas, porque la social allá es de puta madre, ya verás. ¿Y tú crees? Le dijo él asombrado con los ojos dilatados de tanta ilusión. – ¡Claro cuñado!, ¿cuándo yo te he engañado primito?-  Le respondió chicharrachero imitando al famoso del canal cinco de aquellos años. En realidad a Marco Aurelio Gregorio el destino le fue favorable, conoció su sueca en una, y en una la emboló y se la trajo al Perú, para hacer el “puente” y luego regresar y con su mujer ya embarazada…. Me confesó que tuvo que tirársela varias veces al día, hasta que por fin quedó embarazada, el salvo conducto para quedarse en la Europa vikinga, estaba echada. A decir verdad, por aquellos tiempos, ya tenía a bien compararlo con Ted Turnen, Richard Branson, Rupert Murdoch, Donald Trump, e incluso hasta Bill Gates, y si hubiera sido mujer, quién sabe un poco la perspicacia de Oprah Winfrey, es que él, simplemente no era millonario, pero vivía como todo un playboy, es más, parecía ser el dueño de la PLAY BOY magazine. Marco Aurelio Gregorio, el chico que a sus diez y seis años de edad, salía de su casa corriendo apararse en la esquina del colegio Santa María, a esperar que sonara el timbre de salida y ver desfilar mientras se fumaba un cigarrillo al puro estilo Ribeyro, se encandilaba salivando, viendo salir a las chicas con sus uniformes escolares bulliciosas, todas entonadas, por la avenida La Brasil en Magdalena del mar. Y él, ya desde esa edad se sentía un dandi, muchos años después, seguía pensando ahora que Marco Aurelio Gregorio, bien pudo ser un alto miembro masón de grado treinta tres. Tenía un conocimiento impecable de todas las materias y casi ninguna lo sacaba de sus casillas, manejaba bien el criterio cultural, su cerebro valía en oro su peso. Frito o sancochado para un Aníbal, quizás arrebozado le caería de maravilla al caníbal sicótico. El punto sustancial era que simplemente Marco Aurelio Gregorio era todo un ganador, siempre se llevaba a la chica más linda de las fiestas, y él atrás corriendo, vivaz aplaudiéndolo. Era todo un Oprah Winfrey varón, tremendo el jetón, su amigo de la infancia del barrio.  
 Había solo un camino, que tomar por aquél entonces, y ese fue el del regreso inevitable, y así tuvo que decidirse a tomarlo por el bien de su familia, la tía Vita que estaba muriendo lentamente de cáncer por culpa de unos malditos doctores y sus malas praxis a las que los peruanos estaban ya acostumbrándose cada vez más a un seguro social cada vez más embrutecido y faltos del juramento hipocondriaco….  ¿Faltos del juramento Hipocondriaco? – Sí, él se entendía así ensimismado en sus pensamientos, eran pocos que entendería que se refería a Hipócrates el famoso griego.
 Mientras observaba que el sol estaba en la plenitud del ocaso, recordó claramente la instancia del porque en esas fechas estando aún un mozuelo que se peinaba con raya al medio, quiso ser militar, piloto de avión de combate para ser exacto y no un amanerado piloto comercial, pero entendió él para qué ser militar, policía, profesor, o lo que es peor abogado, fiscal, político en un país lleno de crápulas, ¿para qué? ¿Por qué soñar a postularte a un trabajo tan equivocado? En una sociedad donde los de corbatas y saco son los más sinvergüenzas y rateros que los cogoteros de jirón Lampa… y las mujeres de tacos con decentes saquitos de otoño, son las más pérfidas golfas mamonas que todas las putas juntas de las calles en Ámsterdam…
Si deseaba pensar en grande, él. Debía pensar en grande, si deseaba soñar que vivía feliz y logrando una dicha ulterior interna, entonces, sólo tenía que sentarse a escribir y escribir una buena novela, no importa que solo la leyera él mismo, o su mejor amigo del mundo, no importaba, solo escribir y escribir, para aliviar su flaquezas cotidianas y la soledad que le embargaba su depresión cotidiana por culpa de haber nacido en un país de mierda donde los políticos son las peores ratas de subsuelos, pérfidos y voraces roedores de saco y corbata.
Todo eso se le venía a la mente como una escena de Fellini, los recuerdos le venía uno tras otro cual tobogán de la feria del Mañana. El deseo inherente de querer escribirlo todo sin importar que nadie leyera sus libros y las manía que tenía por despertarse toda la mañana alegre y esa alegría le duraba tan poco apenas pisaba la cera de la calle y un enfermo sicótico compulsivo maniático le tocaba la bocina para decirle que cruzara la pista rápido… Y la apretujadera en la combie, la falta de aire dentro con la mezcla de olores a mercado Hindúes, era la prueba tangible de que su felicidad la había dejado entre las sábanas, no las de su dormitorio, sino a miles de kilómetros hacia el norte, en Boden. No se explicaba que mierda hacía viviendo un día más en un país de mierdas, cuando ya había probado el manjar exquisito de los Dioses nórdicos, las dádivas de Odín y los placeres de las valquirias… ¿qué hacía ahí engañándose? Simulando que San Miguel era la quinta esencia de Latinoamérica, cuando este distrito también se fue a la mierda con diez años teniendo como alcalde a un sinvergüenza de pacotilla que dejó al Distrito peor que un hacinado corral de hacienda en Casapalca. Y encima con cientos de motos taxis circulando con licencias, sabe Dios cómo obtuvieron esas licencia para contaminar y asfixiar a los san miguelinos, vehículos sacados de una ciudad en Bombay, que todo lo contaminaban a su paso en grupos de ocho y hasta una docena por calles donde antes reinaba la paz y el sosiego ahora imperaba su bullicioso pasar, y manejaban hasta por las veredas peatonales y no solo eso, sino que cuando encontraban una chica hacendosa distraída en su equipo celular, frenaba en seco cerrándole el paso y bajaba el conductor dejando el motor encendido para arrancharle el celular y si estaba apetecible en carnes, de paso mañosearse con ella y meterle mano al culo redondo y alzado. Esa era la San Miguel que encontró a su regreso de Noruega, quince años después. Y lo tuvo que soportar otros diez años desde que murió su tía Vita en el más doloroso sufrimientos de todas las enfermedades, y ser diabética que le complicó todo en sus últimos días, hace diecisiete años. Hace diecisiete años, que no sabía qué carajos hacia ahí sentado leyendo el libro que tantas veces había sido releído, se había obsesionado por los actos paradisiacos del Profesor Humbert Humbert, la obra “Lolita” llego a sus manos gracias a su amigo Marco Aurelio Gregorio, y la pasión la alimentó años más tarde, con los films de Román Polanski, deleitados en esas escenas de nínfulas y el candor egoísta de contemplarlas solamente, pero el libro del ruso Nabokov seguía ahí abierto sobre el muro de la costanera de su amado distrito y odiado, odiado simplemente por tener vecinos faltos de huevos, cagones, casquivanos, timoratos, ayayeros, sobones, miedosos hasta la medula, y dejar que una rata de fango esté de burgomaestre en ese distrito con salida al mar, un mar verdoso como el pantano de Shrek. Leyendo un libro que más pudo llevar su firma y no el escritor exiliado en Norteamérica que vivía sabe cómo en algún Estado norteamericano embobado no con una sino con muchas lolitas, sus nínfulas rosaditas. Porque desde que se sentó a leerlo se sonreía como si lo leyera por vez primera y quería hallar tan solo un punto de similitud de vidas en paralelo con las de los personajes que allí estaban escritas. La imaginación asombrosa, le hacía sonreír y darle más coraje a la vez, porque quería escribir y la sinrazón inundaba siempre su cotidianidad.  Y nunca llegaba ese día que se pusiera a escribir, para escribir, tenía que dejar de lado su ipad, sus dos tabletas SONY Xperia, sus tres celulares SONY de la misma línea Xperia Z ultra, y obvio el juego de “star wars” en su PC que lo tenía sonámbulo todos los fines de semana hasta las 6 de la mañana… para recién a esa hora irse a acostar. Pensando cómo les ganará, esa noche a los “REBELDES” en una nueva táctica en ese juego de estrategias, llamado “star wars commader”. Su cabeza divagaba tontamente llenándola de “ideas” superfluas de estrategias para ganar en ese juego para dispositivos móviles.
Y pasaban los días y no escribía nada, ni una línea, y cuando tenía al menos un par de líneas para escribirlas, se encontraba por las calles, trabajando como corredor inmobiliario, y no tenía donde apuntar lo evocado.

*Writer: David Alonso De la Cruz.