David Alonso De la Cruz

viernes, 3 de diciembre de 2010

Simplemente cándida la niña terrible

SILVIA
“Dicen que mis hijas han suprimido mi apellido en sus páginas de Facebook. Eso lo hicieron hace dos o tres años, cuando crearon sus cuentas. Decidieron llamarse en Facebook Camila B. Masías y Paola B. Masías por seguridad y para no llamar la atención. De manera que es falso y malicioso decir que han eliminado hoy mi apellido, ellas usan esas cuentas hace años. Abrazos, Jaime”

Sin embargo en la ultimas horas Camila Bayly decidió cambiar totalmente su nombre en Facebook a "Amelie Bonner". Suponemos que por las infinidades de solicitudes de amistad que le deben de haber llegado.












Cuando tenía nueve años, se ponía un par de medias muy abultadas en los pechos y un sostén ajustado y salía a caminar para que le mirasen las tetas de mentira. Cuando tenía doce años, las señoras de su edificio no permitían que fuese amiga de sus hijas porque le tenían miedo. Cuando cumplió trece, les exigió a sus padres que le comprasen una perra que terminó siendo llamada Benita, presumiblemente lesbiana, una fox terrier, madre de cinco hijos que le fueron arrebatados para ser regalados o vendidos aun siendo cachorritos (trauma no menor al que tuvo que soportar cuando fue literalmente violada por un perro lujurioso de su raza, que la subyugó, montó y dejó preñada mientras ella emitía unos gemidos quejumbrosos), perra que suele orinar y defecar en medio de la mera pista por la que pasan los autos y los buses, sin que ello parezca darle miedo a la extraña y señorial Benita. Cuando tenía quince años, se subió a una combi y se dio cuenta que no tenía plata para pagar el pasaje y el chico que iba a su lado le dio la plata y la salvó del bochorno. Se enamoró a los catorce años de un chico muy guapo del club Regatas de Lima, Tonny, que corría olas y montaba moto y se rompía los huesos una vez al mes (fue feliz con ese chico los primeros dos años, luego fue una creciente agonía soportarlo los últimos dos, cuando ella descubrió que él le mentía, que se iba de putas, que la amenazaba con suicidarse y entonces ella le decía “todo bien si saltas del balcón, pero que no sea en mi edificio, por favor, mejor si te vas al tuyo y saltas allá y no me dejas la puerta de mi edificio toda manchada de sangre”; desde luego el chico nunca saltó de ningún balcón, y casi mejor así). Cuando tenía quince años, sentía que su papá la odiaba y su mamá también porque ambos querían que se fuera a estudiar el bachillerato en Alemania (estudiaba en un colegio alemán de Lima, el Humboldt, y hablaba la enrevesada lengua alemana con fluidez) y ella sentía que ese viaje, concebido y planeado meticulosamente por sus padres, era un grave error que no quería cometer y que si lo cometía solo para complacerlos no podría recuperarse nunca del traspié, de ese paso en falso. Sus padres se decepcionaron grandemente cuando no fue a estudiar a Alemania y tal vez aquella fue la primera de las varias decepciones que fueron permitiendo que ellos, dos profesionales de éxito, personas buenas y tranquilas, conocieran mejor a su hija, quien, para rebelarse de la pretensión de sus padres de mandarla a estudiar a Alemania, asistía a sus clases del colegio en Lima sin cuadernos y no tomaba apuntes de nada y miraba a todos como si fuera de otro planeta (y en cierto modo yo tengo muy claro que lo es y es precisamente por eso que me gusta tanto). Porque sin duda sus padres también se decepcionaron cuando les dijo que no quería estudiar en la Universidad de Lima pues, en realidad, y basta de hipocresías, no quería estudiar nada (entonces estudiaba sicología y se quedaba dormida en las clases) porque quería escribir una novela (en realidad quería pasarse el resto de su vida escribiendo una novela y otra novela y otra más, y ya está en ello, gracias a su coraje y su talento, y su nueva novela, “Hay una chica en mi sopa”, saldrá en enero con Planeta). Yo la conocí entonces por uno de esos caprichos del azar y tuve la certeza de que esa mujer, Silvia, era, para bien o para mal, una escritora de raza, una escritora maldita, una escritora condenada a serlo y que a pesar de que era muy joven (tenía apenas diecinueve años y parecía aún menor) ya lo presentía con aterradora lucidez y no podría escapar de esa servidumbre a menudo cruel, la de sentir el destino turbulento del escritor. Diría entonces que las decepciones que sus padres se han llevado de Silvia les han permitido paradójicamente entenderla mejor y quererla más. Porque otra decepción para ellos, que son mis amigos aunque no los conozco todavía, fue sin duda que empezara a ser mi amiga o que se arriesgara a ser mi amiga, riesgo que terminó previsiblemente (dada su belleza y mi natural pasión por ella) con que Silvia quedase embarazada de mí (“tú, la que decías que no serías mamá nunca”, le dijo sarcásticamente su padre, al enterarse del embarazo de Silvia, los primeros días de agosto pasado, exactamente el martes 3 de agosto) y que permitió que floreciera en su madre, llamada Silvia como ella, un poderoso instinto maternal con el bebé de su hija, un bebé que la madre de Silvia siente casi como si fuera suyo (lo que es sin duda una buena señal, una señal de que el bebé será muy querido y muy mimado y muy bienvenido en este mundo en el que nos peleamos por tonterías y nos olvidamos de darnos un poco de cariño). Silvia estornuda a menudo (aunque sus estornudos son apenas perceptibles al oído humano). Come poco, realmente poco, casi como un canario o un pajarito. Nunca la he escuchado expulsar un gas, deshacerse sigilosamente de una flatulencia. Se sabe las letras de muchas canciones en inglés, sobre todo las de Avril y Pink (que, como ella, está embarazada). Tiene probado buen gusto para la música (si no le gustaba Calamaro la cosa no habría podido fluir con ella). Cuando se pone zapatos de taco, se los pega con cinta adhesiva para que no se le salgan, pero en realidad casi nunca se pone zapatos de taco. Está embarazada y no se queja nunca y ama a su bebé de un modo sorprendente (no la veo para nada asustada, lo que me sorprende y entusiasma, pues es muy joven y sin embargo no tiene miedo) y cuando le pregunto si quiere tener al bebé en Lima, en Miami o en otra ciudad, me dice que no lo sabe, que le da igual, que mejor lo decida yo, lo que me hace pensar que sin duda lo tendremos en Miami, pues yo quiero pasar un año entero en Miami sin subirme a un avión, y ese año ha comenzado oficialmente el 15 de noviembre pasado, cuando comenzó mi nuevo programa en Mega, y que hay algo raro y hechicero en esa curiosa mujer, Silvia, que tiene tanto de niña como de loca. Por eso es que mucho me temo que no podré alejarme nunca de ella, porque siempre me sorprende con su memoria elefantiásica para contarme en detalle la vida que hemos vivido o la que ella vivió cuando yo no la conocía o la que vive ahora cuando no estoy con ella escuchándola o escuchando sus canciones o mirándola comer uvas o bailando a solas sin que advierta que la estoy espiando con una sonrisa. Nada de esto estaba en mis planes y es felicidad en estado puro y agradezco a Silvia y a los dioses y sus ángeles y vírgenes que me han bendecido con esta sutil criatura nefelibata y con su bienamado bebé que, si los dioses nos son propicios, nacerá en abril en algún hospital de Miami, donde hace más de quince años nació mi bella hija Paola, la radiante y genial Lola, mi chica linda, y entonces Paola, tiempo al tiempo, tal vez algún día querrá conocer a Zoe o a James, que con suerte nacerá en la misma ciudad que ella, y espero que Camila también, pues Camila es ya una mujer brillante, ingeniosa y divertida, y con solo diecisiete años (nació en agosto de 1993 en el hospital de la universidad de Georgetown, en Washington) a veces siento que sabe de la vida y sus misterios mucho más que yo. ¿Podría tener más suerte? Imposible. Doy gracias a los dioses y a los querubines y a la memoria de mi padre por cuidarme y protegerme y por haber traído a mi vida a Camila y a Paola, dos niñas adorables que están siempre en mi corazón, aunque ahora ya no pueda verlas todos los días, y por haberme sorprendido con la suave y oportuna irrupción de Silvia en mi vida, que ha sido una luz de paz y armonía y que lleva en su vientre a un bebé de más de diez centímetros que ya patea y que se niega a mostrar la entrepierna cuando el ginecólogo quiere saber si es hombre o mujer: quién hubiera dicho que mi bebé habría resultado siendo tan pudoroso.


*Para los que quieran escribirme, pueden hacerlo en:
delacruzmarin@gmail.com

1 comentario:

Alberto Vizcarra dijo...

Una vida novelesca..."bohemio, peregrino y sonhador"...