David Alonso De la Cruz

sábado, 12 de junio de 2010

la vida de Jesús en vida fue excepcionante PART II.

CONTINUACIÓN: -parte final del texto.
-.... Es preciso que unos pocos me vean ahora para qie otros muchos crean y aprendan a mirar hacia sí mismos. La muerte, hijo mío, es sólo una puerta. No temáis cruzarla.
- Algunos seres humanos - esbocé con dificultad- temen más la incógnita del "después" de la muerte que al hecho físico de la misma...
- Ésos - se apresuró a intervenir-, en el escandaloso tronar de sus dudas, silencian la íntima y sabia "voz" de sus conciencias. Dejad que sea ella quien os guíe. Todo, en la creación de mi Padre, está meticulosa y misericordiosamente dispuesto para vuestro bien. Nadie muere. Nada muere. Todo es un continuo progreso hacia el Paraíso. Y ni siquiera ése es el fin...
- Pero las religiones y algunas Iglesias predican la salvación y la condenación...
Fue la única vez que su rostro se endureció.
- No midas a nuestro Padre Universal con la vara de los hombres. Ni confundas la religión de la autoridad con la del espíritu. Algún día, todos los mortales comprenderán que sólo la carrera de la experiencia y de la búsqueda personal es digna de la "chispa" divina que os alimenta a cada uno de vosotros. Hasta que las razas no evolucionen, el mundo asistirá a esas ceremonias religiosas, infantiles y supersticiosas, tan características de los pueblos primitivos. Hasta que la Humanidad no alcance un nivel superior, reconociendo así las realidades de la experiencia espiritual, muchos hombres y mujeres preferirán las religiones autoritarias, que sólo exigen el asentimiento intelectual. Estas religiones de la mente, apoyadas en la autoridad de las tradiciones religiosas, ofrecen un cómodo cobijo a las almas confusas o asaltadas por las dudas y la incertidumbre. El precio a pagar por esa falsa y siempre provisional seguridad es el fiel pasivo asentimiento intelectual a "sus" verdades. Durante muchas generaciones, la Tierra acogerá a mortales tímidos, temerosos y vacilantes que preferirán ese tipo de "pacto". Y yo te digo que, al unir sus destinos al de las religiones de la autoridad, podrán en peligro la sagrada soberanía de sus personalidades, renunciando al derecho a participar en la más apasionante y vivificante de todas las experiencias humanas: la búsqueda personal de la Verdad y todo lo que ello significa....
- ¿Y qué representa esa "busqueda personal"?
Aquel increíble Hombre abrió sus brazos y, mostrándome las luces del lago, la infinita belleza del firmamento y el crepitar del fuego, sentenció vibrante:
- ¿Y tú, embarcado en esta apasionante aventura, me lo preguntas? ¿Qué me dices de la alegría y de las emociones que conllevan vuestros descubrimientos? ¿No han merecido la pena?
Guardé silencio. Una vez más estaba en lo cierto.
-... Los descubrimientos intelectuales, amigo mío, constituyen siempre una "aventura" y un riesgo. Pero sólo los audaces, los que obedecen a su propio "yo", están capacitados para enfrentarse a ello. Sólo ésos, los auténticos "buscadores" de la Verdad, saben explorar con resolución y sin miedo las realidades de la experiencia religiosa personal. ¡Tú mismo y tu hermano estáis experimentando la suprema satisfacción del triunfo de la fe sobre las dudas intelectuales!
Ahora, con el beneficio del tiempo y de la perspectiva, aquella extrañeza mía me parece ridícula. Aferrado aún al duro lastre de lo material, la directa alusión a Eliseo- y a la familiar fórmula con que vengo definiéndolo: mi hermano - me dejó perplejo. El "poder" de aquel Ser, sencillamente, era absoluto.
-... Y estas victorias, único objetivo de la existencia humana, sólo conducen a un fin: la búsqueda personal de Dios. En verdad, en verdad te digo que todo hombre que se empeñe en esa suprema aventura encontrará a mi padre, incluso en el desaliento de las dudas. La religión del espíritu significa lucha, conflicto, esfuerzo, amor, fidelidad y progreso. La dogmática, por el contrario, sólo exige de sus fieles una parte ínfima de ese esfuerzo. No olvides, Jasón, que la tradición es un sendero fácil y un refugio seguro para las almas tibias y temerosas, incapaces de afrontar las duras luchas del espíritu y de la incertidumbre. Los hombres de fe viajan siempre por los difíciles océanos, a la búsqueda de nuevos horizontes. Los sumisos se limitan a costear o fondean sus inquietudes al abrigo de puertos limitados, impropios de "navíos" que han sido hechos para audaces y lejanas singladuras.
- Esas palabras- repliqué sin poder contenerme-, en "mi tiempo", te llevarían de nuevo a la muerte....
- No olvides que mi paso por el mundo será motivo de división y enfrentamiento...
De nuevo le interrumpí:
- Dime: ¿qué debe hacer un hombre que desea encontrar la Verdad?
- ¿Tú tampoco has comprendido mi mensaje?
Una ola de verguenza me hizo bajar los ojos. Pero aquel Hombre, al punto, pasando su brazo izquierdo sobre mis hombros, me obligó a sostener su mirada. El contacto de aquella mano, aferrada con firmeza a mi hombro, fue como una sacudida eléctrica.
- Confiar en nuestro Padre. Sólo eso. Cada amanecer, cada momento de tu vida, ponte en sus manos. Lucha por la fraternidad entre los humanos. Lucha por la tolerancia y por la justicia. Lucha por los débiles. Él se encargará del resto.
- ¡El Padre!- exclamé contagiado de su entusiasmo-.
¡Debe de ser un gran tipo!
Mi prosaica definición hizo reír al Hombre. Sus reacciones, como iría verificando, eran tan "humanas" y naturales como las de cualquier mortal. ¡Era para volverse loco! Y tomando un puñado de arena extendió su mano, mostrándome el negro granulado.
- ¡Es tan inmenso - replicó lenta y pausadamente - que mide los mares en el hueco de su mano y los universos en la distancia de un palmo! Es Él quien está sentado en la órbita de la Tierra. Él quien extiende los cielos como un manto y los ordena para que sean habitados. Pero no te confundas: Dios es un mero símbolo verbal, que designa todas las personalidades de la deidad...
Jesús tomó mi mano derecha y, trasvasando la arena a mi palma, insistió en algo que ya había comentado:
- Nunca olvides que una parte de ese Dios, de nuestro Padre, entró en ti hace muchos años.
- ¿Cuándo?
- Digamos, para simplificar, que en el momento en que tomaste tu primera decisión moral.
- Entonces, ¿yo soy Dios?
- Tú lo has dicho. Y a partir de hoy, búscate en lo más íntimo de tu alma.
La curiosidad me consumía. Y dejándome llevar del más infantil de los impulsos, le solté a bocajarro:
- ¿Cómo te llamas?
El Resucitado no eludió la cuestión. Él sabía que no estaba refiriéndome a su nombre en la Tierra. Me observó con picardía y, dirigiendo su dedo índice izquierdo hacía las estrellas, exclamo:
- En mi reino, mis criaturas me conocen por Micael.
- ¿Y por qué no adoptaste ese mismo nombre en la Tierra?
El Maestro parecía disfrutar con aquellas pueriles preguntas. Sonrió de nuevo y la blanca y perfecta dentadura se iluminó con el resplandor de las llamas.- Al principio, por expreso deseo mío, ni yo mismo fui consciente de quíen era aquel joven de Nazaret. Así lo exigía mi experiencia entre los humanos evolucioanrios del tiempo y del espacio. Sólo unos pocos, muy allegados a Micael, supieron de este secreto y lo guardaron celosamente. No salía de mi asombro. ¡Dios santo! ¡Era tanto lo que ignoraba sobre aquel Hombre!....
-.... Mi nombre en la Tierra tenía que ser otro. ¿Satisfecho?
- Entonces tú, durante tu infancia y juventud, nunca supiste....
Negó con la cabeza.
- ¿Y cuándo?
- Eso querido Jasón - replicó divertido-, es algo que deberéis descubrir por vosotros mismos..., en su momento. Ahora los sé. Entonces no lo intuí siquiera. Jesús de Nazaret se refería a nuestra tercera y fascinante "aventura" en la que, en efecto, tendríamos la formidable oportunidad de conocer los "detalles" de tan decisivo "cambio" en la personalidad del Hijo del Hombre.
- ¿Por qué hablas de "mi experiencia entre los humanos"?
- ¿Y qué otra cosa puedo decir?
Insistí perplejo.
- ¿Experiencia? ¿Sólo eso?
- Según tú - preguntó a su vez-, ¿cómo debería calificarla?
- De derroche - me vacié sin darle tiempo a replicar-, Un derroche, si me lo permites, innecesario y, a juzgar por los resultados próximos y "futuros", catastrófico.
- El Soberano Creador de este universo - intervino, olvidando por un momento su acogedora sonrisa - también hace la voluntad del Padre. Una vez satisfecha mi sed de conocimiento de los humanos, pude abandonar el mundo y recibir del Padre Universal el definitivo reconocimiento de mi soberanía. Pero, como te digo, no era ésa la voluntad del Padre.
Estas palabras me resultaron confusas. Enigmáticas. ¿Desde cuándo un Creador necesita convivir con sus criaturas? ¿Qué podía aprender en un mundo como éste? ¿A qué tipo de "experiencia" se refería? ¿Qué era aquello del "definitivo reconocimiento de su soberanía"?
- ¿Quieres decir - le interrogué sin saber por dónde empezar- que el Padre ha podido desear para ti una muerte tan cruel y sanguinaria?
Se puso en pie. Tras los cerros de Kursi e Hipos empezaba a clarear. Las antorchas seguían oscilando en el lago. Arrojó un haz de leña a la hoguera y, conunleve gesto de su cabeza, me invitó a caminar con él. Tomó la dirección de la desembocadura del Jordán y, despacio, nos alejamos del pequeño Juan Marcos. Durante algunos metros no dijo nada. Llegué a pensar que había olvidado mi pregunta. De pronto, con especial énfasis, habló así:
- Antes de mi encarnación en la Tierra, los hombres podían creer en un Dios colérico, sediento de justicia. Su ignorancia era perdonable. Ahora les he revelado a un Padre misericordioso que sólo conoce la palabra amor. ¿Crees entonces que un Padre puede desear esa muerte a su hijo? Su voluntad era que permaneciera en vuestro mundo hasta el final y que apurase la copa que todos los mortales, por su naturaleza, han bebido y beberán. Si he compartido la muerte ha sido para demostraros que la fe en Dios nunca es estéril. Sé que, a pesar de mis palabras, muchos deformarán el sentido de mi muerte en la cruz. Yo no he venido al mundo para saldar una supuesta vieja cuenta de los hombres para con Dios...
Me detuve. Y Jesús, adivinando mi sorpresa, añadió:
- Sé lo que estás pensando. Te equivocas y se equivocan quienes así lo creen. El Padre celestial no puede concebir jamás la grave injusticia de condenar a una alma por los errores de sus antepasados.
- Entonces, esas ideas de los cristianos sobre la redención por la cruz...
El Maestro posó sus manos sobre mis hombros, transmitiéndome su comprensión.
- La tendencia al vicio puede ser hereditaria. El pecado, en cambio, no se transmite de padres a hijos. El pecado es un acto consciente y deliberado de rebeldía contra la voluntad de nuestro Padre universal y contra las leyes del Hijo. Toda idea de rescate o expiación, por tanto, es incompatible con el concepto de Dios. El amor infinito de nuestro Padre ocupa el primer puesto dentro de la naturaleza divina. En verdad te digo, Jasón, que el sentido de salvación por el sacrificio está arraigado en el egoísmo. Yo he predicado que la vida de servicio es el concepto más elevado de la fraternidad entre los creyentes. Y te diré más: la salvación es creer en la paternidad de Dios. La mayor preocupación de los fieles del reino no deberían ser su deseo egoísta de salvación personal. Sólo la necesidad de amar a sus semejantes por encima de sí mismos. Los auténticos creyentes no se preocupan del posible y futuro castigo a sus errores. Se interesan tan sólo por el restablecimiento del contacto con Dios. Ciertamente, un padre puede castigar a sus hijos, pero lo hace por amor y con un fin y un sentido puramente disciplinarios.
- Luego, hay un castigo futuro...
- No como tú lo imaginas. Nuestro Padre es amor. Y el amor es contagioso y eternamente creador. ¿Crees que no existen otros medios mejores que el castigo para corregir los errores de las limitadas criaturas mortales? Antes de que yo viniera a este mundo (incluso aunque no lo hubiera hecho), todos los mortales del reino disponían ya de la salvación. Nuestro Padre, te lo repito, no es un monarca ofendido, severo e implacable, cuyo principal placer consiste en detectar y perseguir a las criaturas que obran en la oscuridad o en el pecado. La sola idea de un rescate o expiación colocaría a la salvación en un plano de irrealidad. Este concepto es puramente filosófico. La salvación humana es innegable y basada en dos únicos principios: Dios es nuestro Padre y, consecuentemente, todos los hombres son hermanos.
Me costaba aceptar tan hermosa utopía. Y sin disimular mi escepticismo le pregunté:
- ¿Cuándo ocurrirá eso? ¿Cuándo desaparecerán la maldad y la injusticia?
- Sólo hay un camino: el amor. El amor disuelve el pecado y las debilidades. ¡Ama a tus semejantes, Jasón! ¡Ámalos en la penuria y en la riqueza! ¡Ámalos aun cuando creas que están equivocados! ¡Ámalos, sencillamente!.
Supongo que perdí la noción del tiempo. Escucharle era mucho más que aprender: era vivir, sentir y palpar una nueva realidad. Una realidad que yo ignoraba.
Y con las primeras claridades retornamos junto a la fogata. Juan Marcos había desaparecido.
Para los que quieran contactarme y escribirme, pueden hacerlo en :

1 comentario:

Alberto Vizcarra dijo...

Ese anciano puede ser tu, yo o cualquiera de nuestro pequenho mundo de amigos, que en un abrir y cerrar de ojos nos transformamos fantasiosamente en viejos, cansados pero no vencidos, agradecidos por las experiencias vividas en este valle de lagrimas.
Te imaginas cuantas sufridas experiencias amorosas habra tenido ese senor? Cuantas mujeres sordas le dejaron? Cuantos errores tuvo que pagar con la soledad?. Pero nunca estuvo solo, hasta ahora conserva a aquel que lo cargaba cuando cojeaba en los abismos y nunca lo dejo, aun le queda Dios.