David Alonso De la Cruz

martes, 15 de junio de 2010

El amor de Jesús en vida fue excepcionante....

Dedicado para tí.
El maestro me observó unos instantes. Después, en silencio, se inclinó sobre aquel burlado despojo humano y, con sumo tacto, fue quemando las mallas. Libre de las ataduras, me apresuré a incorporarme. Fue una situación embarazosa. Violenta. Incapaz de articular palabra, me limité a contemplarle. A pesar de haberle visto en el cenáculo, no podía dar crédito a lo que tenía ante mí. ¡Dios santo! No cabía duda: ¡Era Él! Lucía su habitual manto color vino, fajándole el fornido tórax, con aquella túnica blanca, de amplias mangas. ¡Qué difícil y apasionante reto para la ciencia y qué absurda posición la mía! ¡Yo, un científico, acababa de ser liberado de una red por un "HOMBRE" resucitado! Porque, evidentemente, se trataba de un ser vivo. Sostenía una antorcha, había abrasado parte de un aparejo de pesca y, en fin, allí estaba: ocupando un volumen en el espacio. ¿Cómo asimilar tamaña locura? Yo lo había visto morir. Había comprobado el rigor mortis. Había tocado su cadáver.... ¿Cómo era posible?
Adivinando tan tormentoso pensamientos, el Hombre aprximó la tea a su pecho. Y la luz bañó su alta y serena faz, arrancando destellos de entre los lacios y acaramelados cabellos que reposaban sobre los anchos y poderosos hombros. Su nariz prominente, la fina y partida barba y, sobre todo, aquellos rasgados, intensos e infinitos ojos color miel, eran los de Jesús de Nazaret. La proximidad del fuego hirió sus pupilas. En un movimiento reflejo, las largas pestañas descendieron una y otra vez. Aquel parpadeo, absolutamente natural, no podía ser fruto de mi imaginación. Y el Hombre, con aquella dulce y acogedora sonrisa que tanto me impresionaba, habló al fin. Su voz grave, inconfundible, me estremeció.
- No te preocupes del cómo. En todo caso, mi querido y asustado Jasón, pregúntate porqué.....
Y girando sobre sus talones, reemprendió el regreso hacia la hoguera. Aturdido, salí tras él, uniéndome a sus largas zancadas. En mi mente empezaban a agolparse mil y una preguntas. Pero, torpe, tímido y avergonzado por mi reciente huida, no fui capaz de agradecer su ayuda. Continué a su lado, caminando como un autómata e intentando poner en orden mi bloqueado cerebro.
Al rodear una de las lanchas varadas, a pesar de la iluminación de la antorcha, volví a tropezar. Juro por lo más sagrado que no fue premeditado. E instintivamente me sujeté a su brazo derecho. Jesús se detuvo. Flexionó el antebrazo y tensó los músculos en una simple y pura reacción de ayuda, evitando así que me desplomara sobre los guijarros. Al aferrarme a él pude percibir bajo la túnica la pétrea masa del bíceps branquial y del supinador largo, rígidos por el momentáneo esfuerzo. "AQUELLO", obviamente, no era un fantasma....
Juan Marcos continuaba dormido. Y el Resucitado, tras acariciar los revueltos cabellos del benjamín, fue a sentarse junto al fuego, de cara al lago. Yo, sin poder sacudirme aquella pastosa sensación de irrealidad, permanecí unos instantes de pie, contemplando como un bobo el haz de troncos y ramas de conífera que yacía a un metro de la palpitante hoguera. Finalmente, con un nudo en la garganta, obedecí a mi corazón y le imité, sentándome a su lado. Tenía la vista perdida en las lejanas luces del yam. Parecía esperar. Durante un tiempo - ¿qué podían significar los minutos en aquella situación?- no me atreví a interrumpir sus pensamientos. Flexionó sus piernas. Las abrazó con sus largos brazos y, descansando el mentón sobre las rodillas, suspiró profundamente. A renglón seguido, fijando su mirada en mi, exclamó:
- ¡Gracias por vuestros sacrificios!
Atónito, le miré de hito en hito. Sonrió con una leve sombra de amargura y, comprendiendo mi perplejidad, añadió:
- Sabes bien a qué me refiero. Vuestra decisión de conocer la verdadera historia del Hijo del Hombre no es fruto del azar. Éstos - y su mano izquierda señaló hacia las embarcaciones del yam-, mis pequeñuelos de hoy, terminarán por alterar involuntariamente mi mensaje....
Estúpido de mí, en lugar de permitirle que ahondara en tales reflexiones, me decidí a intervenir, interrumpiéndole:
- Maestro, yo soy un científico. ¿Cómo puedo comprender y transmitir tu resurección? Tú estabas muerto...
Jesús cedió benévolo a mis requerimientos. Levantó el rostro hacia las estrellas y, a media voz, comentó rotundo:
- Hay realidades que difícilmente podrán ser probadas por la ciencia o por las deducciones de la razón pura. Nadie puede concebir esas verdades mientras permanezca en el reino de la experiencia humana. Cuando hayáis acabado aquí abajo, cuando el polvo que forma el tabernáculo mortal sea devuelto a la tierra de donde procede, entonces, sólo entonces, el Espíritu que os habita retornará al Dios que os lo ha regalado y tu pregunta quedará plenamente satisfecha.
- Entonces- insistí sin ocultar mi incredulidad-, ¿Es cierto que la muerte es sólo un paso?
- Tan natural y obligado como la calma que sucede a la tempestad.
- Pero los hombres de ciencia no creen...
Esta vez fue Él quien se adelantó a mi exposición.
- La correa de hierro de la verdad, que vosotros calificáis de invariable, os mantiene ciegos en un círculo vicioso. Técnicamente se puede tener razón en los hechos y, sin embargo, estar eternamente equivocados en la Verdad.
Y, dibujando una inmensa sonrisa, añadió:
- ... Yo soy la Verdad. Me has tocado y ahora me ves y escuchas mis palabras. ¿Porqué sigues dudando? El hecho de que no lo comprendas no significa que esa realidad superior sea una quimera o el fruto de unas mentes visionarias.
Cuando llegue tu hora, mis ángeles resucitadores te despertarán en un mundo que ni siquiera puedes intuir...
- ¿Tus ángeles resucitadores?
El Maestro apuntó hacia las estrellas. Creí comprenderle.
- Tú, querido amigo- comentó sin dejar de observar el brillante firmamento-, a tu manera, ya respondiste a esa cuestión: en mi reino hay muchas moradas.... Y una de ellas es paso obligado para los mortales que proceden de los mundos evolucionarios del tiempo y del espacio.
- Y tú, ¿también has sido resucitado?
- No, hijo mío- su voz se llenó de ternura-. Acabo de decirte que yo soy la Vida. Mis ángeles, no a petición mía, sólo han dispuesto de mi envoltura carnal. Pero el poder de resucitar en el Espíritu es un don que sólo debo al Padre. Algún día, cuando pases al otro lado, lo comprenderás.
- Disculpa mi torpeza.
El Maestro me envolvió en su cálida mirada, animándome a proseguir:
- Si no he entendido mal, ninguno de los seres humanos tiene el poder de autorresucitarse...
- Así es. Sin embargo podéis disfrutar de la esperanza de que nadie, nadie, puede perder ese derecho. Todos, como yo lo he he hecho, despertaréis a una vida que sólo es el principio de una larga carrera hacia el Paraíso. Una continuada ascención hacia el Padre Universal. Un "viaje"... sin retorno.
Las palabras de Jesús - rotundas - no dejaban el menor resquicio a la duda.

- ¿Qué quieres decir con eso de que tus ángeles sólo han dispuesto de tu envoltura carnal? - Te lo he dicho, pero, en tu perplejidad, no escuchas mis palabras...
Lo reconozco. Su "presencia" me tenía transtornado. Mi limitada inteligencia no hacía otra cosa que dar vueltas en torno a la realidad física de aquel cuerpo,surgido de la "nada". Supongo que, en el fondo, era inevitable y hasta lógico. No era tan sencillo sentarse junto a un "resucitado" y dialogar como si tal cosa...
-... ¡Yo soy la vida! En verdad te digo que ninguna de mis criaturas puede devolverme lo que es mío y que sólo comparto con mi Padre. Mis discípulos, y la mayoría de los hombres de los tiempos venideros, han asociado y asociarán la maravillosa realidad de la vuelta a la vida eterna y espiritual con la mera desaparición de esa envoltura carnal ha sido un fenómeno posterior a mi verdadera resurección. Un fenómeno necesario, fruto del poder de mis ángeles. Con el paso del tiempo - rememorando estas frases del Maestro- creo haber llegado a intuir su significado. La desaparición del cadáver era del todo necesaria y conveniente. Por un lado, de no haber sido así, los judíos no se habrían planteado siquiera la posibilidad de un Cristo resucitado. Y, como dice Pablo, "nuestra fe sería vana". Por otro, los restos mortales del Hijo del Hombre habrían terminado por convertirse en un motivo de lógica veneración por parte de sus seguidores, con los riesgos de una casi idolatría, o enfermiza adoración, totalmente contrarios al mensaje del rabí.
- ¿Desintegración? Todo el mundo piensa que la desaparición del cuerpo fue un milagro...
Durante unos instantes siguió con la mirada fija en la mágica danza de las llamas. Pensé incluso que no me había oído.
- A ti sí puedo decírtelo - susurró al fin -. Los milagros, tal y como los conciben muchos seres humanos, no existen. El poder de mi Padre es tan inmenso que no necesita alterar el orden de lo creado. El verdadero milagro es vuestra ciega creencia en los milagros.
- Sigo sin entender. Ese cadáver se esfumó...
Jesús sonrió, llenándome de confianza.
-¿Es que tus ángeles conocen una técnica...?
- Tú lo has dicho. Pero, al igual que ocurre con vuestro código moral, el de esas criaturas a mis órdenes tampoco debe ser violado. Sé que lo comprendes. No es el lugar ni el momento para hacerlo.
- Disculpa mi curiosidad. ¿Tiene esa "técnica" algo que ver con la manipulación del tiempo que nosotros mismos estamos utilizando?
La sonrisa se acentuó. Fue la mejor de las respuestas. Y con un cálido tono de reproche añadió:
- ¿Cuándo comprendereís que el tiempo es sólo la imagen en movimiento de la eternidad? ¿Cuánto más necesitaréis para considerar que el espacio es sólo la sombra fugitiva de las realidades del Paraíso? Os enorgulleceís de vuestros hallazgos y pensáis que la Verdad absoluta está a vuestro alcance. No comprendeís que sois como niños recién llegados a un orden inmensamente viejo e inconcebiblemente sabio.
- Y tú, Maestro, ¿qué lugar ocupas en ese "orden"?
- Soy un Hijo Creador.
Negué con la cabeza, dándole a entender que no podía seguirle.
- No pretendas atrapar lo que todavía es invisible a tus ojos de mortal. Te bastará la fe enla existencia del Padre. Muchas de mis criaturas, a pesar de haber traspasado la barrera de la muerte, tampoco están preparadas para enfrentarse, cara a cara, a la luz cegadora del Padre universal.
Un torrente de preguntas empezaba a encharcar mi corazón. ¿El Padre? ¿La muerte? ¿Aquellas otras criaturas?....
- ¡Todo parece tan sencillo!.... Hablas de la muerte sin miedo... Sin embargo, nosotros...
- Vosotros os empeñaís en apagar la "luz" que late en cada uno de los corazones y que fue depositada ahí, precisamente para vencer el miedo. Si los hombres escucharan su propia voz, nadie temería ese paso. ¿Por qué crees que he vuelto?
No me dejó responder.

ESTA HISTORIA CONTINUARA
Copiado del LIBRO titulado "SAIDAN CABALLO DE TROYA 3" Edc. 1996 Editorial Planeta, del investigador español J.J. Benítez.
Pueden escribirme a: delacruzmarin@gmail.com

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