David Alonso De la Cruz

lunes, 14 de marzo de 2011

El imperio de Helena

La Verdadera historía perversa del Cristianismo...
Finaliza el siglo III, y comienza el turbulento siglo IV; el Imperio romano está en crisis, su fractura es inminente. Una mujer, Helena, indujo a su hijo a mantenerlo unido y a hacerse al trono, utilizando para tal fin a los cristianos. Estos eran en ese entonces una secta proscrita de origen judío que proliferaba entre las clases bajas de todo el Imperio, había sido despreciada por los nobles y perseguida cruelmente por el emperador Diocleciano. Fue Helena quien aconsejó a Constantino el Grande legalizar a los cristianos, con lo cual se despertó el malévolo germen de la intolerancia religios y la demonización de los judíos que atravesó la oscura historia medieval. No obstante, muchos de los escritos biográficos sobre Helena exaltan su santidad y con frecuencia caen en exageraciones piadosas sobre ella, olvidando su perfida oculta bajo el halo de piedad de su fervor religioso.
*- ... La relación entre gobernantes y dioses era estecha; varios emperadores habían sido deificados. Buscando una correlación entre dioses y hombres, Diocleciano, el augusto mayor, se identificaba con Júpiter como deidad tutelar. Existía a su vez un augusto menor, Maximiano, cuya divinidad era Hércules; las deidades simbolizan tanto el poder compartido como la superioridad de Diocleciano frente a Maximiano.
Era una época en la que, a pesar de algunos escándalos, la aristocracia romana se regía por las apariencias; a los advenedizos, sobre todo, se les exigía una conducta pulcra si su pretensión era ascender socialmente.
Constancio se separó de Helena "rechazándola", como si solía hacerse con las concubinas que incomodaban; no hay registro de divorcio, de lo cual se infiere que nunca fue su esposa, aunque mantuvieron una relación que duró veinte años. Ella no olvidó jamás el insulto del que fue victima, y dedicó los días que le quedaron para reivindicar su orgullo. Constancio, por su parte, acordó un matrimonio más ventajoso, casándose con "la hija del jefe", la noble hijastra del emperador Maximiano, llamada Teodora, con la que tuvo seis hijos: Flavio Dalmacio, Julio Constancio, Hanibaliano, Anastasia, Flavia Julia Constancia y Eutropia.
En cuanto tuvo poder, Helena acosó ferozmente a los hijos de Constancio y a sus nietos. Por ejemplo a Juliano, llamado "el apóstata", hijo de Julio Constancio, lo persiguió incansablemente y tuvo que llevar una vida errante hasta la muerte de esta. Posteriormente fue emperador.
En el año 293, en el que Constancio fue ascendido al rango de César, Diocleciano llamó a Helena junto con su hijo Constantino, para que éste le sirviese en la corte de oriente, distanciando definitivamente a Helena de Constancio Cloro, quien a pesar de haberla abandonado, permanecía pendiente de los avances de su hijo en su carrera militar y política.
En este periodo, a finales del siglo III, en medio de la crisis de su abandono, luego de una relación de veinte años con el padre de su hijo, Helena se acercó al cristianismo, que en tiempos de Diocleciano era una secta proscrita, considerada peligrosa, que recibía a los incultos, pobres y abandonados, despreciando a los nobles y poderosos.
Uniéndose a ellos, Helena sintió la satisfacción de agraviar a Constancio y todo lo que este representaba. Para ella la religión sería en adelante el estandarte de su vida. Las doctrinas y enseñanzas que asumió Helena con fervor no tardaron en ser escuchadas también por su único hijo Constantino quien, aunque era supersticioso, no profundizó en un comienzo en dichos asuntos. Cuando helena fue repudiada. Constantino tenía aproximadamente veinte años. Este suceso marcó definitivamente la compleja relación que a lo largo de toda su vida tuvo con su madre. Constantino no sólo se sentía en deuda con su progenitora, sino que dependía de ella, escuchaba sus palabras, y sentía que debía protegerla y reparar de algún modo los agravios que le habían hecho.
Constantino siempre estuvo atado de forma obligada e indefensa a su madre por encima de cualquier otra mujer, dándole a ella, por ejemplo, el título de emperatriz y Augusta, que no tuvo su esposa. Por otra parte, Helena dirigió y manipuló siempre todos los aspectos emocionales y espirituales de su hijo. Durante los años en que se mantuvo eclipsada y nadie se ocupó de ella, Helena desarrolló una profunda influencia sobre su retoño. Luego, cuando su hijo detentó el poder imperial, la madre, hábilmente, apareció como la mujer más poderosa en la vida de Constantino el Grande.
Por su parte, Constantino era esencialmente un militar muy poco culto; siendo muy joven, durante sus campañas y siguiendo los pasos de su padre se casó, según los cronistas cristianos, o se amancebó, según los que no lo son, con una mujer de baja extracción de la que incluso se dijo que era un botín de guerra, llamada Minervina. De esta unión, uno de los pocos actos que hizo sin el consentimiento y la autorización de su madre y que le trajo complicadas consecuencias, nació Crispo, en el año 305. Al tomar a Minervina, Constantino rechazó a Fausta, la hijastra de Maximiano con la que estaba comprometido desde hacía tiempo. Maximiano se molestó. Fastidiada, Helena vio que las imprudencias de su hijo, cometidas sin su apoyo, causaban problemas.
Helena había aprendido la popular doctrina de un carismático predicador llamado Luciano de Antioquía, fascinante orador, cuyas polémicas teorías religiosas causaban revuelo: creía en la interpretación literal de la Bibliay en la distinción entre el Dios creador y su hijo, oponiéndose en esto a quienes creían que eran el mismo Dios. Sus doctrinas influyeron en Arrio, otro popular y cuestionado intérprete religioso. A Maximiano Daia César, quien tenía dominio sobre Antioquía, no le agradaban las doctrinas de Luciano, por lo cual este fue encarcelado y ejecutado, pasando a la historia como un mártir. Este dramático hecho incrementó la fe de Helena en un credo que se sustentaba en el sufrimiento. El resentimiento de Helena hacia la aristocracia y todo lo que representaba, incluyendo sus creencias y sus dioses, no tardó en florecer. Al sentirse portadora de una febril fe que se pregonaba como única y verdadera ocultó, tras un halo de beatitud, profundos deseos de venganza vestidos con los hábitos de la aprobación divina.
Valiéndose de los hilos e intrigas que se mueven en los recintos privados de las mujeres, Maximiano, el padre de Fausta, se volvió contra Constantino en el año 310. Helena tomó cartas en el asunto e instigó a la esposa de su hijo a que delatara la conspiración urdida por Maximiano y contribuyera así al fin de su propio padre. Dos años más tarde, Fausta debió presenciar en Roma la cruel afrenta que su esposo cometió contra su familia cuando, tras haber derrotado a su hermano Majencio, lo decapitó, clavó su cabeza en la punta de una lanza, y la sostuvo en alto vanagloriándose de su victoria.
Esta es la famosa batalla del puente Milvio, que sucedió el 28 de octubre del 312 en Roma, frente al puente del río Tíber, que se conocía como Pons Milvirus, y en la que se enfrentaron Constantino y Majencio.
Cuenta el cronista Lactancio, que aún sin ser cristiano, Constantino dijo haber tenido, la noche anterior a la batalla, un sueño milagroso en el que una voz divina, acompañada de una imagen de la cruz, le indicaba que debía utilizar ese símbolo como estandarte para ganar la pelea; "in hoc signo vinces" fueron las palabras que escuchó. Siguiendo el misterioso mandato, Constantino hizo decorar los escudos de sus soldados con el símbolo de la cruz (el futuro crismón), y se lanzó contra el ejército enemigo.
Al ganar la batalla, Constantino pasó a ostentar el título de co-emperador en el trono de Occidente, junto con su cuñado Licino (esposo de su media hermana Constancia), que era de Oriente.
Este es un curioso y oscuro incidente en el que la particular aparición de la cruz le sirvió con fines políticos, para ganar el apoyo de los proscritos cristianos; cosa que al final consiguió. No obstante, cabe anotar que no era la primera visión que tenía Constantino: hacía pocos años había visto al dios solar, llamado en diferentes ocasiones Tammuz-Apolo.Mitra, de quien él, como varios militares romanos, era adepto.
No obstante, las enseñanzas religiosas de su madre no habían sido en vano. Majencio había pedido apoyo a Júpiter, Apolo y Marte. Con su derrota, Majencio perdió la cabeza y los dioses romanos su autoridad sobre el Imperio.
Helena estaba satisfecha. Contaba, además, con el apoyo de Lactancio, historiador y asesor religioso de Constantino, quien disfrutaba relatar espeluznantes historias sobre el trágico fin de los perseguidores de cristianos. La abnegada madre no tenía de qué preocuparse: su hijo, a pesar de no ser cristiano, les daba a estos una dignidad que no habían tenido hasta entonces. Lactancio quien escribió los extraños sucesos de apariciones milagrosas la noche anterior a la batalla del puente Milvio.
Helena había instigado a Constantino para darle un golpe al corazón mismo de la Roma que la había vituperado, relegando a los dioses de lo que provenía la aristócrata estirpe de los patricios romanos. En el año 313, Constantino, sin ser cristiano, promulgó el edicto de Milán, que despenalizó la práctica del cristianismo y dio ventajas a los seguidores de esta secta por encima de los de otras. Poco después de la legalización del cristianismo, Helena se encargó de hacer que fueran desapareciendo los lugares de culto de otras creencias.
Debido a la smedidas tomadas por Constantino, fueron los obispos y no las autoridades civiles, quienes comenzaron a presidir los tribunales para la administración de la justicia entre cristianos, o entre cristianos y paganos; los obispos se convirtieron en funcionarios estatales, dueños de la verdad terrestre y divina. Estos cambios dieron espacio a la intolerancia religiosa. Constantino fue cediendo cada vez más poder y otorgando autonomía a los obispos locales. Comenzó a utilizarse el término "pagano" para referirse a todos aquellos que continuaban adorando a los dioses antiguos; comenzó la destrucción de sus lugares de culto y la persecución a sus seguidores.
La persecución a los romanos que no profesaban el cristianismo satisfacía el orgullo herido de Helena. Por su parte, el emperador hizo esfuerzos por sincretizar para el Imperio, su predilecto culto a Mitra con la nueva religión. No obstante, para las élites cultas esto no era fácil; para muchos de los nobles instruidos en las ideas del mundo clásico "el cristianismo era un asunto de rameras y esclavos", y no comprendían lo que estaba sucediendo.
Las contradicciones, producto de la vulnerabilidad e inconsistencia religiosa de Constantino, eran evidentes. Si bien en ciertas regiones del Imperio se prohibió ofrecer sacrificios a los dioses y practicar la adivinación, por otra parte ciertos aspectos del tradicional culto a Mitra se mimetizaron con el cristianismo, como llamar "padres" a los sacerdotes, tal como eran llamados los sacerdotes de Mitra, llegando incluso a imitarles en la tonsura y en la celebración del nacimiento de dicha deidad, el 25 de diciembre.
Al año siguiente de la legalización, el 314, y bajo el auspicio de la emperatriz, se desató una persecución a los paganos. Ese mismo año el culto a la diosa Artemisa comenzó a ser perseguido; sus templos fueron derrumbados por hordas cristianas, incluso el que era considerado maravilla de la antiguedad, y sus sacerdotes fueron asesinados. En ese año Constantino puso fin a los ancestrales juegos olímpicos por hace parte de los cultos paganos.
Helena abominaba a los judíos y los consideraba culpables del imperdonable crimen, del deicidio. Se decidió que el día de descanso y recogimiento religioso del Imperio fuese el domingo (el mismo día consagrado Mitra, la deidad del sol) y no el sábado, como aquellos lo venían practicando. Se les prohibió a los judíos realizar su rito sagrado de la circuncisión; se penalizó con la muerte el matrimonio entre cristianos y judíos; se autorizó quemarlos si contravenían leyes sagradas.
Varios padres de la iglesia de esta época reflejaban en sus palabras y actos el espíritu de estas leyes, al considerar públicamente como lo hacía Hilario de Poitiers, que "los judíos son una nación maldecida por Dios eternamente". Lo que comenzó como un edicto de libertad religiosa se fue volviendo cada vez más severo, aunque tácitamente, contra aquellos que no profesaban la fe cristiana. Incluso hubo masacres causadas por las diversas interpretaciones de los asuntos sagrados entre los mismos cristianos. Uno de los temas por los cuales se desataron varias dispustas era el de la divinidad de Jesús. La encarnizada lucha entre los arrianos, quienes consideraban que Jesús no era Dios, y los atanasianos, quienes defendían la doctrina del homousios, según la cual el hijo de Dios es de la misma naturaleza o sustancia que su padre, es un ejemplo, de ello. Incluso Helena se debatía entre estas complejas interpretaciones. Se sabe que un tiempo estuvo a favor de los arrianos, ya que su propio maestro religioso había instruido a Arrio, pero al final perdieron la partida y terminaron convertidos en herejes.
Lo más paradójico es que en medio de la compleja situación reinante, Constantino continuaba sin convertirse al cristianismo; quien profesaba ese credo era su madre Helena:
Constantino nunca fue un verdadero galileo; se limitó a utilizar el cristianismo para extender su dominio sobre el mundo. Era un hábil soldado profesional, aunque de escasa instrucción, y no le interesaba en lo más minimo la filosofía, aunque las disputas doctrinarias satisfacían enormemente alguna inclinación perversa en él. (Gore Vidal, Juliano El Apóstata)
Así que, aunque profiriera normas que involucraban asuntos religiosos, Constantino seguía sin bautizarse y practicando cultos con reminiscencia persas, como el de Mitra, a quien en su alucinada confusión sincretizaba con la divinidad cristiana. Además, Constantino, por ser el emperador, era también elsumo sacerdote de la ancestral religión romana y por ello tenía el grado de Pontifex Maximus. En su afán homogenizador, instauró este grado dentro de la "iglesia cristiana", por eso se hizo nombrar "obispo de obispo", y se hacía llamar Vicarius Christi, Vicario de Cristo.
Títere en las manos de Helena, Constantino, enloquecido y contradictorio, se obsesionó con todo tipo de contraversias teológicas, mientras mandaba asesinar a cualquiera que osara interferir en los asuntos políticos, incluidos sus familiares más próximos. El famoso Concilio de Nicea, convocado por Constantino en el año 325, un año después de que decretara al cristianismo como religión oficial, dejó en sus escritos y conclusiones un marcado sabor de intolerancia religiosa y antisemitismo.
Luego de muchos asesinatos, al morir Helena, en el año 329, Constantino quedó devastado. Algunos historiadores dudan de su cordura durante sus últimos años y consideran que la ausencia de su madre y una penosa enfermedad terminaron con él, tan sólo ocho años después de la muerte de Helena.
Constantino no se bautizó ni confesó sus pecados hasta el año 337, poco antes de morir.

*Citas tomadas del libro: "MUJERES PERVERSAS DE LA HISTORIA" - Susana Castellanos De Zubiría. Edit. GRUPO NORMA*2008


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delacruzmarin@gmail.com

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