David Alonso De la Cruz

domingo, 28 de marzo de 2010

Låt Den Rӓtte Komma in – (Let the right one in)

Let the right one in, la mejor película de vampiros de los últimos años:
Tras España, dicen que Suecia se ha convertido en territorio de nuevos valores del cine de terror. Para demostrarlo todas las películas procedentes de tierras Bergmanianas deberían estar a la altura de Let the Right one in, tercer largometraje del alucinado y prometedor Tomas Alfredson.
No soy de los que creen en las apariciones fantasmagóricas, pero este desconocido realizador (solo ha realizado dos largos) acaba de firmar la mejor película de vampiros de los últimos diez años. ¿Cómo? A partir de la reunión romántica y sensible de dos jóvenes abandonados en su propia existencia.
Rodada como lo hubiera hecho un Kubrick bajo los efectos del ácido o un Haneke sin el lado moralizador que le pone a sus películas, nos encontramos con primeros planos de bebés sanguinolentos en un filme sin miedo a ser demasiado audaz o a quedar desplazado de las salas comerciales. Asumiendo todo (impulsos inconfesables de personajes fuera de normas y situaciones propias del gran guiñol) y perdiendo el respeto a los límites es como uno puede llegar a inventar nuevas formas de hacer cine. ¡Y obviamente, Alfredson acaba de revolucionar algo!Bajo una virtuosidad formal y un rigor narrativo implacable, este uppercut venido del frío no tiene necesidad de ninguna comparación para imponer su atmósfera hechizante, su pudor desgarrador y su secreto vital.
Es justo donde algunas películas del género terminan por sacrificar su originalidad sobre el altar del consenso suave y el pliego de condiciones calibrado del cine de terror, Let the Right One In, del joven y seriamente prometedor TomasAlfredson, propone una alternativa increíble a este sistema deprimente. A su manera, viene a restablecer algunas verdades (sí, es posible hacer algo nuevo a partir de un boceto al que le rompes los tópicos) y de volver a dar un poco de esperanza a los aficionados, temerosos de que el cine de terror se reduzca a la cámara subjetiva, al humor cínico o a los desbordamientos gores como escenario. A partir de las primeras imágenes, uno sospecha que no está en frente de una película como otra: Oskar, niño rubio de inquietante presencia (entre inocente y diabólico), se pasea con un cuchillo en un apartamento deshumanizado y se imagina que asesina a sus compañeros de clase. Por su ventana, contempla la nieve. En la escuela, sus compañeros de clase tienen el gusto de humillarlo en los pasillos. Durante la noche, se refugia en su mundo interior. Let the right one in ¿es el retrato de un adolescente autista?
Durante este tiempo, un hombre es capaz de suspender en el aire a otros y hacerles un vaciado de sangre. Da igual que sea en el bosque o en los vestuarios del gimnasio. Let the right one in ¿es el retrato de un asesino en serie?
Durante este tiempo, una joven muy misteriosa camina sobre la nieve, no experimenta nada y se convierte en monstruo en cuanto encuentra una presa. Let the right one in ¿es una monster movie? ¿Tres historias en una? ¿Tríptico? No, es más – pero mucho más – que eso. Esencialmente, la intriga se articula en torno a un grupo de personajes (un niño rubio y torturado, una chica con una extraña enfermedad incurable, un viejo serial killer al borde de su existencia, compañeros de clase abusones, un hombre que quiere vengar a su mejor amigo, una mujer mordida por un extraño animal…) situados en un contexto realista (es lo más increíble de la cinta).
Tomas Alfredson, da prueba de una inteligencia para hacer cine a través de planos extremadamente trabajados y sobre todo una capacidad para crear una atmósfera enfermiza que contribuye a la intensidad de la película, hasta el punto de enfrentarnos al terror. Oskar y Eli, los dos jóvenes protagonistas se acercan para ver qué es lo que les aleja del mundo de manera irremediable.
No se sabrá nunca de donde procede la maldición; y no está claro que al espectador le interese. Así que al realizador tampoco. En cambio, sí que sentimos el miedo a que haya mucha distancia entre mente y cuerpo, los rastros de amor en un estuche inerte, la angustia de la mirada de los otros, la incapacidad total para abrirse a los demás, el placer en el sufrimiento y la transgresión o también las visiones puramente melancólicas como la nieve que cae son temas que parecen estar cerca del autor. Los cuerpos aún no adolescentes de Oskar y Eli – uno ve por otra parte en un momento la desnudez inquietante del otro – revelan una determinada impermeabilidad al relato, a la narración lineal. Todas las muertes de la película son memorables. Porque son raras y espaciadas. La violencia surge de manera inesperada en un contexto muy realista y al mismo tiempo estilizado (la combustión de una mujer mordida en el cuello y anteriormente atacada por gatos, al contacto del sol, dos secuencias muy impresionantes). Los cuadros, el reparto y los movimientos de cámara obedecen a una dialéctica extremadamente precisa. Al principio, John Ajvide se encarga de la sustancia narrativa, rica y compleja, guionista y ya autor de la novela cuya película se adapta. Arquitecto del tiempo y el espacio, entre progresión dramática por acumulación de bloques de afecto, comercialización del tiempo dentro del plan y atención extrema para los “vagabundeos” mentales y los desajustes del cuerpo de los personajes, Tomas Alfredson construye su universo donde cada elemento (su, duración de los planos, fuera campo) devuelve al otro en discreta e inquietante armonía.

A partir de la situación ya muy elíptica y nunca concluyente, poda la retórica inútil, la poesía nauseabunda y aísla las figuras más distintivas del género vampírico para agrandarlos o destrozarlos. No se ve todos los días una película de vampiros en la cual el vampiro pide al humano “que lo acepte” – una idea no explotada en el cine que justifica el título (“Let the right one in”). Otros trucos están incluidos en la dramaturgia clásica extienden el poder de atracción de esta aventura exótica más allá del único círculo de especialistas. Las escenas que se desarrollan en el hospital donde se interna al padre de Eli funcionan extremadamente bien porque están en la unión de estas dos esferas de influencia con la exactitud adecuada, sin hacer demasiado: entre Gran Guiñol asumido y testimonio de amor visceral.
El realizador sueco no dejó nada aleatoriamente: proyectó una fuerza alucinante a través de un discurso extremadamente determinado (sabe lo que quiere). Su cine opera en un registro de los sentidos, utilizando todos los recursos de las imágenes y del sonido; su discurso se construye sobre un rigor, una lógica, un vocabulario preciso y conceptos abstractos. Cada secuencia tiene un sentido. Nada es gratuito. Tomas Alfredson realiza proezas para mezclar el texto y la imagen. Ideal para dar cuenta de la profunda melancolía que inunda esta película como un torrente de dolor. Se puede también ver una fascinación por la reflexión sobre la manera en que los personajes se comunican entre ellos. Todo pasa por las miradas, los gestos, las torpezas. Como una escena donde Oskar descarga en su padre, experimenta sentimientos que no explica e incluye finalmente más cosas que los adultos. Entre Oskar y Eli, la comunicación pasa por el código Morse donde cada impulso, corto o largo, da ritmo a las pulsaciones de corazón de una relación exclusiva y marginal. La dimensión sexual que no tiene ya ninguna importancia: están más allá de eso. Es también una manera de implicar que es posible decir muchas con pocas palabras. Por todas las estas razones, Let the Right one se asemeja a un grupo de fichas donde los géneros (película de venganza, fantástica, terror, social, drama, melodrama) desemboca en algo único.

“Único”, adjetivo cada vez más raro para calificar una película hoy. El descubrimiento es comparable a la del primer Park Chan-Wook antes de la revolución OldBoy. No hay duda: será necesario contar con Tomas Alfredson durante los próximos años. En estas condiciones, Let the right one in es una gran película de vampiros que se nos ha hecho un poquito corta.


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